¿Qué pasa cuando un grupo enorme de personas se reúne en uno de los barrios más antiguos de San José para hacer un pícnic en media carretera, o para ver a artistas pintar al aire libre? Pasa que la ciudad, de la que nos quejamos a diario por sus presas, su basura y su desorden, desaparece y resurge otro lugar. Esa otra ciudad está llena de aceras con pintores, niños corriendo detrás de globos, personas decorando el asfalto con tiza y músicos compartiendo notas con quien desee unirse.
Pasa que, entonces, se reflexiona un poco, y se llega a la conclusión de que las actividades culturales como Amón Cultural –festival de verano organizado por la Casa Cultural Amón, del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) y los vecinos– son capaces de despertar al barrio, y de atraer a entusiastas, todavía con la esperanza de sentir vivo nuestro San José. Desde las 10 a. m. mucha gente –a pesar del frío y fuertes vientos– llegó para ser parte de una visita guiada a cargo del arquitecto Andrés Fernández. Una vez que la actividad finalizó, el grupo se dispersó y cada quien corrió hacia el lugar de su interés; por fortuna la oferta no era escasa. Todo lo contrario.
Tarde festiva. Amón Cultural tiene un pequeño problema: incita el deseo de partirse en mil pedazos para poder estar presente en cada actividad. Así dice Gabriela Orozco, de Alajuela, quien aseguró haber asistido a la primera edición del festival, y desde esa ocasión sigue llegando. “No podría no venir, en parte porque siento que me pierdo de algo muy único, que no pasa muy seguido, y oportunidades como esta no suceden todos los días. Entonces uno se abriga bien, y viene con amigos a pasar la tarde. Es impresionante”.
Lo es. En especial al ver la recepción que tiene el público, siempre entusiasta y atento.
Afuera del Centro de Cine, el colectivo ZUMO creó un espacio llamadoDomicilio , allí hamacas, y otros muebles interrumpían el espacio para crear un rincón acogedor. Al frente se encontraban actores del Teatro Interruptor, quienes propusieron obras que involucraban al público. A su alrededor, un grupo grande de curiosos se unió a los juegos de las obras, y reían encantados con el ingenio de los actores.
Baguette familiar. La Alianza Francesa celebró 70 años de ofrecer un espacio cultural enfocado en al enseñanza del francés, así como en múltiples ramas artísticas. Para celebrar tendieron a un costado de su edificio, en la calle, una alfombra verde para llevar a cabo un pícnic en el cual ellos pusieron el pan, y los asistentes el resto de comida.
“Nunca pensé que esto fuera posible. Digo, porque podemos estar sentados en media calle, almorzando, mientras los niños pintan con tiza la acera”, dijo Alonso Rodríguez, de Pavas.
Por su parte, la librería Frantz & Sarah, ubicada cerca de la Alianza, abrió su espacio para ofrecer vinilos, ropa, accesorios, libros, así como proyecciones de videos realizados por el escritor costarricense radicado en Argentina Jeymer Gamboa. Allí, niños se sumergían en los bizarros videos sin temor alguno, haciendo de la actividad un ambiente inclusivo. Vecinos artistas, como el pintor Roberto Lizano, mostraron su trabajo en sus estudios, casas o en las aceras, Otros vecinos abrieron sus elegantes casas a los curiosos.
No hubo duda de que todas la oferta artística y un público agradecido provocaron nostalgia y alegría en el barrio, levantando preguntas: ¿por qué esto no sucede más a menudo?