Cascos Indomables: Trazos de la ciudad

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La esencia de una ciudad yace en los pequeños vínculos que le dan vida. Estos se pueden encontrar en expresiones tan cotidianas como lo son transitar un espacio o interactuar con un mismo grupo de personas, y si bien puede sonar mundano, la realidad es que estos hechos del día a día terminan por configurar la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno.

Para Mancha, el desentendido y apático protagonista de Cascos Indomables (2018), San José lo es todo. Su trabajo de mensajero motorizado hace que la exploración de la ciudad sea parte esencial de su rutina, y su círculo social nace de la cofradía que existe entre él y el resto de sus colegas. Cuando su novia Clara le indica de sus planes de mudarse a Isla Caballo, su relación romántica y todo aquello que da por sentado en su vida se verá confrontado por la siempre aterradora posibilidad del cambio.

Y es que así como Chalo, el guarda de seguridad protagonista de Por Las Plumas (2013), filme anterior del director Neto Villalobos, Mancha hace de su gremio parte importante de su identidad, por más desprestigiado que este esté. Esta situación le da a Villalobos la oportunidad de retratar de manera pintoresca las idiosincrasias de grupos usualmente invisibilizados, pero lastimosamente los trazos de su  representación se quedan en la superficialidad de la brocha gorda.

De entrada queda en claro que “Cascos Indomables” no tiene intención de establecer alguna dimensión de crítica social, pero aún dentro del mismo mundo jocoso del largometraje, las caracterizaciones no van más allá de la peculiaridad.

La distinción de cada uno de los miembros del grupo de mensajeros se da por medio de caricaturas, ya sea el alcoholismo bonachón de Chito o las bajas en azúcar de Gato. Ninguno de los personajes parece existir más allá de las circunstancias a las que los somete el guión, algo que destaca particularmente con Mancha.

Tan arbitraria como la marca de nacimiento en su cara es la estructura de su arco narrativo, en donde el protagonista trastabilla de situación externa a situación externa. El cierre de su lugar de trabajo, la ruptura con Clara, su oportunidad como cobrador “de mano dura” y hasta un atropello automovilístico parecen solo suceder en un espacio temporal indefinido que le quita el peso dramático a cualquier decisión que pueda tomar el personaje.

Esta naturaleza desarticulada termina por evitar que exista una cohesión real con la notable propuesta estética. Como Director de Fotografía, Nicolás Wong sigue demostrando su capacidad de ejecución y de adaptación a la variedad de proyectos de cine nacional que aborda, pero aún sus vibrantes encuadres no terminan de escapar de ese sentir de aleatoriedad que permea toda la construcción del filme.

Imágenes como la escena de sexo en motocicleta entre Mancha y Clara mientras están rodeados de zaguates, la quema de un sillón o la interacción de la pareja con una sombrilla bajo techo destacan como postales, pero parecen existir meramente como iconografía memorable y no como parte de una historia.

Lo mismo puede decirse del gran diseño sonoro, que termina por relucir en secuencias oníricas esporádicas que no terminan de ir en sintonía con el tratamiento costumbrista del filme, y la muy publicitada banda sonora por parte de Adrián Poveda (Monte y Continental) y Pablo Rojas (Florian Droids e Hijos), que si bien funciona por sí sola como una electrizante oda al glam rock, nunca termina de integrarse a la película más allá de lo suplementario.

El San José de “Cascos Indomables” por momentos evoca situaciones e imágenes reconocibles que aluden a cierta concepción de identidad, pero sin vínculos reales entre todas sus partes, cuesta pensar en él como algo que trascienda lo exótico y se sienta verdaderamente real.

Escrito por Alonso Aguilar

Cortesía de Parqueo Público.