La obra ‘El largo adiós’ se presentó en La Casona Iluminada, en barrio Amón.
Dos amantes aguardan la llamada de abordaje, en la sala de un aeropuerto. La imagen podría inducirnos a pensar en el inicio de un viaje romántico, pero, en realidad, asistimos a una despedida. “Él” regresará a México, su país de origen. “Ella” –costarricense– permanecerá en casa. A sus espaldas se agolpan cuatro meses de una relación que empezó como una aventura y que está a punto de terminar, justo cuando iba a convertirse en amor.
La principal estrategia de El largo adiós se basa en manipular los tiempos y lugares de la narración para que el público se involucre en la intimidad de la pareja. De esa manera, el espectador se identifica con alguno de ellos y, de inmediato, toma partido. Lo interesante aquí es apreciar cómo el diseño del espacio potencia el efecto de identificación entre la audiencia y los personajes.
La sencilla y eficaz escenografía es una estructura metálica con dos ámbitos contiguos. El primero de ellos nos ubica en el presente. El segundo, nos lanza hacia el pasado. A falta de divisiones, “Él” y “Ella” transitan con facilidad de un lugar al otro para reconstruir los hitos de su vínculo. En ciertos momentos, los traslados dejan de ser simultáneos, lo cual permite que los personajes dialoguen –en soledad– con sus propios recuerdos.
Esta mezcla de tiempos y espacios nos deja conocer aquello que los amantes nunca se atrevieron a confesarse. Solo los espectadores podemos ver el cuadro completo. Por eso, manejamos más información que los personajes, de modo que su despedida adquiere la forma de un destino inevitable desde el encuentro inicial. Sin duda, saberlo “todo” no le conviene a quienes se aman.
Debo resaltar –positivamente– la serie de guiños que el director Cristian Esquivel coloca en las distintas capas del espectáculo. Por ejemplo, un playlist de canciones románticas aparece como un rótulo del aeropuerto y es, también, la banda sonora de algunas escenas. Una línea de tiempo dibujada en la pared sugiere –con ironía– la inevitable cuenta regresiva de un amor, en apariencia, insalvable.
Un punto alto de esta dinámica se da cuando la pareja menciona una obra de teatro a la que asistieron juntos. Se refieren a El juez de los divorcios de Cervantes. Lo notable es que, de hecho, ese entremés se exhibe como preámbulo de El largo adiós. Este juego no se limita a ser un agudo detalle, sino que obliga al público a sentirse parte de la historia de la pareja pues, a fin de cuentas, “todos” vimos la pieza cervantina.
La actuación de Malory Grillo y Dennis Quirós logra articular el conflicto externo entre “Él” y “Ella” con los conflictos internos de ambos, por separado. “Ella” quiere dejar de amarlo, pero no sabe cómo. “Él” desea quedarse, pero no puede. La lucha interior de los dos se expresa a través de silencios significativos y gestos precisos. Los actores logran darle intensidad exacta y verosimilitud a cada aspecto de su trabajo.
En El largo adiós, un amor pasado es lo que escojamos recordar de este. Una misma experiencia se ilumina desde la nostalgia afable o se oscurece desde la culpa y el rencor. Sea cual sea la mirada que lancemos hacia atrás, lo cierto es que, en el presente, el tiempo, es el enemigo más feroz de cualquier afecto.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Cristian Esquivel
Dramaturgia: Kyle Boza
Actuación: Malory Grillo, Dennis Quirós
Producción: Colectivo 3 Paredes
Escenografía y producción audiovisual: Daniel Bermúdez
Ambientación musical: Fabián Better
Diseño de afiche: monfalica.com
El juez de los divorcios
Dirección: Marion Madrigal
Dramaturgia: Miguel de Cervantes
Actuación: Mario Madrigal, Dennis Quirós, Felipe Mejía
Producción: Pulsión Grupo de Teatro
Espacio: La Casona Iluminada
Fecha: 7 de octubre de 2017
Nota tomada de La Nación