Hace muchos días no caminaba por el centro de San José, por la misma avenida, y calles recorridas una y mil veces, supongo. De regreso del Mercado Central, viniendo por Avenida 3, pasando el Correo y la Iglesia del Carmen, para tan solo mencionar dos íconos vetustos, “dentré” al Automercado. Lo hice tantas veces, pero en esa ocasión lo encontré decorado con lazos negros. Pregunté, casi sabido de la infausta nueva y me enteré que don Silvestre Alonso se había cansado de recorrer los pasillos y supervisar que todo estuviera tan ordenadito como cuando él, su padre y familia empezaban, ahí mismo, con el Bar Azul.
De niño, ya lo he comentado, me gustaba y mi abuelita amaba, que yo me quedara a dormir en su casa. Soy tan flexible que dejo a mi memoria sostener lo que quiera y lo que no, pues me ha tocado a veces hacer esfuerzos inútiles en recordar cosas que otros tienen claras en sus mentes (Dichosos). El caso es que dormía al lado de su cuarto, en amplia cama y otro mobiliario como el armario de 3 cuerpos, con puerta de espejos, que luego tuvo mi madre hasta su muerte, así como la cómoda de espejo de luna, adonde más entrada la mañana, mi abuela Amada, se alistaba para salir, se acicalaba con los mismos polvos, colorete y lápiz labial. Se peinaba y prensaba el pelo, ya un poco ralo, con su tradicional peineta, y ya. No necesitaba más. A esto parecía acalorada, pues en medio del polvo que se fundía con algunos rayos de luz que se colaban desde las ventanas de la linternilla del salón de atrás de la casa, fustigaba a gritos a Cristina (la más duradera de sus empleadas) por los deberes de cocina y limpieza, una y otra vez, cada día. Para entonces yo también estaba listo para acompañarla a su vuelta de rigor, ya fuera al Bar Azul o su visita al santuario de la Virgen del Carmen, de quien ella era devota, prenderle una velita y por si acaso, también a su otro santo de devoción San Pancracio, el santo de los afligidos por la pobreza, de la fortuna y de los juegos de azar, dice Wikipedia. Por cuál de estas razones rogaba? A saber… Ya ella no necesitaba fortuna, tal vez pedía para que todos sus familiares sostuvieran lo heredado u obtenido para entonces, o la futura suerte y fortuna de sus descendientes, nosotros. No creo que para la suerte en los juegos de azar, pero debo comentarles, que para una viuda de Barrio Amón, no había otra cosa más que entretenerse, entre visitas de café, te y naipes, con sus amigas en igual condición. No me acuerdo, de todas aquellas, si alguna aún tenía marido pero sí sabía, cuáles sostenían la soltería. Tampoco puedo ahora dilucidar, si estas eran vistas con compadecimiento o admiración, porque aún deberían trabajar, mientras las otras jugaban.
Otro de los acompañamientos que disfrutaba mucho, aunque las películas fueran esas, era ir al cine. TODAS las películas de Sarita Montiel me tiré y así supe de su amor por la zarzuela, y el Rey Alfonso XII, su platónico idilio. Bastantes oportunidades tuvimos en las fiestas familiares de cantar y recantar La Violetera y otras, que tampoco me acuerdo, jajajaja, con ella regocijada y diestramente ejecutando al piano. Mi madre y el tío Edgar, la acompañaban haciendo segundas y terceras voces, y más tarde, la tía Vicky con su acordeón. Cómo no podríamos tener luego, en nuestra familia, tanto amor por la música?
Luego de la disgresión, vuelvo al Bar Azul y don Silvestre. También acompañamos a mi madre a hacer compras en aquel almacén tan semejante al estanco del Consejo de la Producción, pero en donde, por supuesto, se encontrarían los ultramarinos necesarios para los platillos de gala de nuestras celebraciones, como de seguro eran las aceitunas, el aceite de oliva, la fruta seca y confitada, dátiles, las pasas… y quién sabe qué más, que el estanco oficial no ofrecía. Todo lo de granos bien dispuesto, en cajones bien hechos de madera, a la vista del publico y, aquellas otras delicias mencionadas, en los tradicionales y enormes frascos de vidrio. Los Silvestre se esmeraron en su negocio y capitalizaron, a su manera, como lo hicieron con tanto esfuerzo otras familias que conformaron poco a poco, la auténtica burguesía nacional.
En este punto, cabe mencionar a mi propia familia, en Heredia, y el empeño de mi tío Eladio Rosabal, quien sostuvo hasta su muerte, principalmente, el nombre y negocios heredados de mi bisabuelo, y así las costumbres de elegancia, adusta seriedad y silencio, sobre todo con los cumiches de la familia, la enorme primada que nos entremetíamos traviesamente explorando los rincones y elucubrando secretos dentro del Almacén Rosabal, copia fiel de su época, como el Bar Azul o así como lo habrá sido, no tengo la menor duda, el Almacén Llobet en Alajuela. Para mí, la verdad, era un placer absoluto las visitas y experiencia total dentro del beneficio de café, cerca de las instalaciones de la UNA. No se me olvida, nada del proceso, los olores y la vida adentro del beneficio. Me imagino que las regañadas, si nuestras correrías traspasaban la regla, habrán sido para nuestros padres, pero nada que hacer. O más bien, creo que fueron magnánimos ya que era una manera de acercarnos jugando al estilo de vida de los negocios. Cosa de sangre… A mí se me olvidó. Jajajaja.
En fin, don Silvestre Alonso pasó a mejor vida, y me imagino que con él, todos esos grandes, graves señores y sencillos empresarios de inicios del S XX. ¿Queda alguno? ¿Los Pozuelo, los Arias, los Clachar?… Esos son otra historia.